Antes de la
ocultación
Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la
oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del
agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de
la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma,
entremezclado con el vagido de lo que nace, la vida parturiente. Me sentí
acunada por este lloro que era también canto tan de lejos y en mí, porque nunca
nada era mío del todo. ¿No tendría yo dueño tampoco?
La música no tiene dueño, pues los que van a ella no
la poseen nunca. Han sido por ella primero poseídos, después iniciados. Yo no
sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música, que posee porque
penetra mientras se desprende de su fuente, también en una herida. Se abre la
música sólo en algunos lugares inesperadamente, cuando errante el alma sola, se
siente desfallecer sin dueño. En esta soledad nadie aparece, nadie aparecía
cuando me asenté en mi soledad última; el amado sin nombre siquiera. Alguien me
había enamorado allá en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta
el alba. Nunca más apareció. Ya nadie más pudo encontrarme.
Zambrano, M.: Diotima
de Mantinea en
Hacia un saber sobre el alma, Madrid,
Ed. Alianza, 1989, p. 196
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